Podemos identificar el 1 de junio como un día internacional de celebración, en el que felicitamos a nuestros dirigentes por los avances en materia de infancia; avances que nos permiten vivenciar de forma óptima y, junto a las familias y niñxs de todos los rincones del país, el goce de optar a la mejor calidad de vida posible, acorde y en concordancia al desarrollo socioeconómico en su comunidad de residencia.
Sin embargo, aún estamos en deuda, pues se siguen observando injusticias socioocupacionales derivadas de aspectos políticos, económicos y culturales que interfieren de manera negativa en el desarrollo integral de la infancia en cuanto a la salud mental, física y sexual, a tal punto de vulnerar los derechos básicos de nuestra población infantil, circunstancias que se han producido y reproducido de la misma manera hace décadas.
Como terapeuta ocupacional, a diario puedo observar como la principal actividad de lxs menores; el juego, se infravalora, a tal punto, que se considera un premio. Y es claro, pues, nuestra cultura prefiere la producción académica frente al desarrollo personal integral. Esto, en el mejor de los casos, pues, hay niñxs que deben aprender a trabajar y/o a defenderse en ambientes hostiles, antes de aprender a vivir en comunidad y disfrutar de las riquezas sensoriales y sociales que nos entrega el ambiente en el cual nos intentamos desarrollar.
Si bien las responsabilidades no atañen en su totalidad a los ‘’lideres’’, como personas naturales contamos con algunas herramientas con las que podemos modificar los factores que interfieren de manera negativa en la felicidad de nuestrxs niñxs. Siendo imprescindible que autónomamente busquemos oportunidades para educarnos y podamos aprender, desarrollar y poner en práctica, sin miedo ni sesgo alguno, todas las herramientas personales posibles para generar ambientes seguros y dignos en los que niños, niñes, niñas y niñxs, independiente de sus características, puedan disfrutar de su niñez. Realizando elecciones ocupacionales libres sobre la base de sus intereses y motivaciones, sin ser interferidos y limitados por constructos sociales normativos que restrinjan el actuar, los juegos, la creatividad y el desarrollo de aquellos que serán el futuro del país, el futuro del mundo.
Es importante reflexionar, criticar y autocriticarnos en relación a nuestra propia intervención en los procesos de niñez, ya que, como padres, tutores y/o educadores, somos los principales modelos y referentes para que los niños aprendan a ser felices, reafirmen su identidad y desarrollen todos sus talentos en ocupaciones que representan quienes son y lo que realmente quieren llegar a ser.
Entonces, ¿realmente estoy seguro y feliz de mi desempeño en relación a la calidad de vida de los niños/as?, ¿Me informo y busco información profesional para abordar todas las necesidades que se presentan de la mejor manera posible? Si su respuesta es sí en ambas preguntas, les felicito. A medida que los niñxs van creciendo, teniendo la oportunidad de desplegarse y exponerse en diferentes contextos, irán reafirmando su identidad en base a valores positivos, con los cuales, podrán ir colaborando en los ambientes y en el clima social de los mismos, protegiendo a otrxs de la discriminación y el bullying, producto de todas las desigualdades, ignorancia y procesos en los que sus tutores no tuvieron la oportunidad de formarse y entregarles las herramientas correctas para responder a dichas situaciones, resguardando los complejos procesos de autoestima y la formación de identidad personal, vocacional, ocupacional, sexual y religiosa que van a construir la identidad del individuo a futuro.
Serán estos niñxs los precursores de un mundo con una cultura realmente inclusiva, en donde los niveles de depresión, conductas de riesgo e intentos suicidas sean tan bajos, que ni siquiera necesitemos especialistas para abordar dichas problemáticas, pues las habremos abordado desde la raíz, eliminando los prejuicios, los estigmas, la discriminación y la violencia en los ambientes cotidianos, enseñando y educando dicha cultura entre los participantes de nuestra propia comunidad e impactando en la calidad de vida de niñxs de todos los rincones del país.
Hoy, tristemente, la realidad es otra. Se aprecia que los menores siguen siendo los principales actores de una cultura que los aplaza, no los considera, ni reconoce, manteniéndolos en pausa hasta que crecen y sus necesidades son resueltas por ellos mismos en las calles o, en otras organizaciones, e instituciones en las que tendrán que participar y de las que, posiblemente, nunca logren salir vivxs.